EFECTO ZOOILÓGICO
-El
mundo es un lugar extraño –susurró Mirna
al ver la procesión de tortugas que avanzaban con parsimonia (como sólo una tortuga sabe hacerlo),
por la calle, deteniendo el tráfico.
Las
personas se bajaban de sus carros para ver tan singular acontecimiento, tomaban
fotos y varios escribían, seguramente para compartir la experiencia por su
twitter o facebook.
-¡Voy a llegar
tarde al trabajo! –gritó Mirna enojada, no podía salir de su cochera porque un
auto tapaba la entrada.
-¡Hay miles de
tortugas por la calle! –Le dijo la desconocida cómo si Mirna no las pudiera
ver-. No puedo mover el carro, las voy a aplastar.
La
muchacha sonreía bobalicona y miraba embelesada a los lentos animalitos, como el resto de las personas ahí paradas, a
Mirna le dieron ganas de encajarle los tacones de sus zapatos en los ojos para
quitarle esa expresión estúpida del rostro.
Mirna
abrió el cancel de su cochera, se subió a su carro y avanzó hasta quedar a unos
centímetros del auto que le estorbaba. Tocó el claxon y todos voltearon a verla
con asombro, en circunstancias normales más de uno le hubiera gritado o quizá
hasta la habrían golpeado, ahora se limitaban a sonreírle y hacerle la señal universal
de amor y paz.
Mirna
tuvo que esperar, no entendía el porqué de tanto alboroto, después de todo sólo
eran tortugas y por la cantidad que había ni siquiera eran animales en peligro
de extinción. Es verdad que estaban bastante alejadas de la costa y era un poco
inusual el hecho de verlas tan tranquilas por la calle pero eso era problema de
los especialistas y Mirna no era una especialista en comportamientos extraños
de animales.
Ella
era una ejecutiva de ventas de una prestigiosa firma de software. Era eficiente
e implacable en su trabajo, esperaba convertirse en vicepresidenta en cinco
años más. Estaba dispuesta a todo con tal de conseguir lo que se proponía,
obviamente llegar tarde a una cita con un importante cliente no hablaría muy
bien de ella. Llamó para avisar que iba retrasada, para su sorpresa se encontró
con que el cliente también iba tarde pues estaba varado ante un desfile de patos
que recorría una de las principales avenidas de la ciudad. El cliente estaba
eufórico y maravillado ante el espectáculo. Pospuso la cita pues decidió que se
iría de vacaciones con su familia en ese momento.
-La vida nos da
lecciones cuando menos lo esperamos –le dijo por teléfono-. Esto debe tener un
significado, me voy con mi familia a disfrutar el ahora –el cliente colgó.
A
Mirna le pareció una reverenda tontería la decisión del señor, la estaba
privando de una importante comisión y no sabía cuándo podría cerrar esa venta.
Ahora tendría que esperar a que al cliente se le pasara el “efecto zooilógico”
para concertar otra cita. Por lo menos no llegaría tarde al trabajo pues las
dichosas tortuguitas ya habían avanzado lo suficiente como para que los carros
dieran vuelta en busca de vías alternas.
Mirna
llegó al trabajo sin más contratiempos pero se sorprendió al encontrar el
estacionamiento casi vacío. Su sorpresa mayor fue al encontrar la puerta del
edificio cerrada.
Lo que me faltaba,
pensó.
Mirna
buscó al guardia de seguridad para preguntarle qué sucedía en el edificio, lo
primero que cruzó por la mente de la chica fue una situación de amenaza de
bomba, con tanta violencia en el país era algo posible. Bombas, granadas y
amenazas por parte del crimen organizado se estaban volviendo el pan de cada
día.
-Pero no en esta
ciudad –la chica se sobresaltó con el sonido de su voz, no estaba acostumbrada
a hablar sola y no era su intención decir esa parte de su pensamiento en voz
alta.
El
guardia no apareció por ningún lado. La chica se metió a su carro, pensó en
llamar a sus colegas pero observó, con disgusto, que su celular no tenía señal.
Mirna sintió unas gotas de sudor en su frente, sacó las toallitas húmedas que
siempre tenía a la mano para esas situaciones y se limpió. Su blusa comenzaba a
pegarse en su espalda, la temperatura había aumentado unos grados y ella
transpiraba profusamente. El cielo se oscureció de pronto, la chica salió esperando
ver las nubes negras que habían ocultado al sol, en su lugar se encontró con
bandadas de pájaros que cubrían gran parte del cielo.
Un poco de guano
le cayó en la blusa.
-¡Mierda!
La
chica subió al auto justo a tiempo, al parecer las aves decidieron defecar en
el mismo momento y el carro se cubrió de una materia blancuzca y babosa.
Ese
fue el colmo para la muchacha. Decidió que no podía seguir esperando y menos
presentarse a su trabajo en esas condiciones. Prefería las granadas al “efecto
zooilógico” y no saldría de su casa hasta que los especialistas arreglaran esa
absurda situación. Accionó los limpiaparabrisas, el movimiento ondulatorio que
hacían la tranquilizó un poco. Como si me hipnotizaran, pensó. Repitió la
operación una y otra vez aunque no sabía si era para limpiar los vidrios o para
calmar su mente.
Salió
del estacionamiento. La calle vacía la
puso nerviosa, eso no era normal, puso el radio (no para escuchar música, a
ella no le gustaba la música la distraía de los asuntos importantes y no necesitaba
ninguna distracción en su vida) para escuchar las noticias, en lugar de encontrarse con una reconfortante
voz que le explicara lo sucedido se encontró con John Lennon cantando Imagine, cambió de estación pero en
todas estaba la misma canción.
Mirna
observó que miles de hormigas bajaban de los árboles y se unían al desfile de
insectos que avanzaba por la banqueta cubriéndola por completo, inundándola de
colores. Una señora que barría la calle comenzó a gritar al ver que los
animales se le acercaban, su terror fue tan grande que se desmayó; Mirna detuvo
el carro ansiosa por ver lo que harían los insectos al enfrentarse con la
montaña humana que les cubría el paso. Los animales continuaron su marcha sin
inmutarse, en un momento el cuerpo de la señora se cubrió de bichos.
Mirna
no sabía si la señora estaba viva o muerta, recordó la escena de una película
en donde los gusanos devoraban a un muerto y dejaban sólo su esqueleto, avanzó
un poco y miró por el retrovisor, se encontró con la temida imagen: huesos en
lugar de la señora que barría hacía unos instantes. La muchacha sacudió la
cabeza y observó de nuevo: la montaña de insectos seguía cubriendo a la señora,
Mirna se retiró con rapidez para evitar que su mente le hiciera otra broma. Dio
vuelta en la primera calle que encontró para no seguir en el camino de los
animales, al parecer todos avanzaban en la misma dirección.
Unas
cuadras adelante había una iglesia atiborrada de gente incluso el atrio estaba
lleno de personas que oraban, algunas lloraban temerosas, otras tenían
semblantes de éxtasis.
-¡Tienen cara de
orgasmo! –gritó la chica y comenzó a reír. Se detuvo de pronto, avergonzaba por
la situación, esperaba que nadie la hubiera escuchado.
Se
topó con otro congestionamiento vial. Había personas sentadas en el techo de
sus vehículos seguramente observando otra procesión de alguna especie animal
que no tenía nada que hacer en una ciudad.
Mirna
detuvo el carro, lo apagó y comenzó a llorar. Su llanto se convirtió en un
aullido, la chica parecía un animal herido. El mundo se había trastornado y
nadie parecía darse cuenta. Ella podía vivir en un mundo violento, egoísta,
cruel o estúpido pero no podía vivir en un mundo ilógico y los animales
adueñándose de la ciudad era lo más ilógico del mundo.
Los
aullidos de dolor se convirtieron en sollozos; los sollozos, en carcajadas.
Mirna
reía tanto que le dolía el estómago, quería dejar de reír pero no podía: todo
era absurdo, ella era absurda. Se orinó y el ataque de risa fue más intenso.
Nadie
le puso atención a la chica que se convulsionaba de risa en el automóvil sucio;
estaban embelesados observando a los zorrillos que caminaban orondos sabiéndose
dueños de la calle.
La
chica en el carro dejó de reír, observó el lugar en el que se encontraba,
acarició el respaldo del asiento y le gustó la textura suave y resbalosa. Se
fijo en sus manos delgadas, en las uñas rojas. Había una palabra para llamar a
ese objeto que tenía en el dedo pero no la recordaba. Tampoco recordaba quién
era o qué hacía ahí. Todo está bien, le dijo una voz que salió de su mente.
Ella se sintió tranquila y… había una palabra para nombrar ese estado de calma
y satisfacción que la embargaba pero no la recordó.
El olor que despedía su entrepierna no le
agradó, sintió la tela mojada, bajó del carro y se quitó la falda. Se topó con
su reflejo en el cristal de la ventana, una cara seria la observaba y no le
gustó el semblante de esa persona. Sonrió: la chica traslúcida también.
Un
olor desagradable la perseguía, se quitó la blusa y la ropa interior, por fin
se sintió mejor.
Caminó
maravillada ante lo que veía: los colores, los objetos, las personas. Las
personas la veían y sonreían, otros se tapaban los ojos. Uno se acercó y la
cubrió con un (moño pensó, pero creyó que esa no era la palabra que buscaba)
con un… no importaba.
Se
sentía protegida y a salvo.
Decidió
que quería sentirse así para siempre y se aferró a los brazos que la rodeaban.
FIN